Popiól I Diament . Andrzej Wajda. Polonia, 1958.
«Cenizas y diamantes» (1958) es la cuarta película del director polaco Andrzej Wajda. Forma parte de una trilogía de la guerra, cuyas predecesoras fueron Pokolenie (Generación, 1955) y Kanal (1957), del mismo director. Hoy intentaremos adentrarnos en esta historia de violencia, amor y tragedia, considerada como uno de los títulos más importantes del cine polaco, imprescindible para todo amante del cine.
Una delgada línea gris
«Cenizas y diamantes» es un título de por sí revelador. ¿No son acaso opuestos? La ceniza: oscura, áspera, sucia. El diamante: cristalino, ligero, reluciente. Vida y muerte, gloria y perdición. De esta forma, esta contraposición resulta idónea para el film de Wajda: una historia de contradicciones, de deseos enfrentados, de blancos y negros. Posiblemente sea el gris -mezcla entre opuestos- el que coloree de forma más acertada este film, de por sí descolorido, y el que permita distinguir las cenizas de los diamantes. Una riqueza de matices que ofrecerá Wajda durante toda la película: una delgada línea gris.
Toda la acción de la historia transcurre el 8 de mayo de 1945, el último día de la guerra en Europa. Tras la derrota de las tropas alemanas nazis, Polonia está siendo ahora ocupada por el ejército soviético comunista. De esta forma, la situación política y social es convulsa y caótica.
Nuestro protagonista, el joven Maciek (Zbigniew Cybulski), ha militado durante la guerra en la resistencia polaca contra los nazis. No obstante, la liberación de Polonia no tiene descanso: ahora debe batallar contra la ocupación soviética. En su grupo ultranacionalista, estará acompañado de Andrzej (Adam Pawlikowski), otro soldado, y Drewnowski, un agente doble que trabaja como secretario del acalde. Todos ellos deben cumplir una misión: asesinar al comisario comunista Szczuka, quien se hospedará durante unos días en un discreto pueblo de la ciudad. Así, será Maciek el encargado de asesinar a líder comunista antes de que acabe el día.
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No obstante, el amor se interpondrá en el camino del joven: conoce a Krystyna (Ewa Krzyżewska), una camarera de la que se enamora rápidamente. Este amor surgirá como una promesa de futuro, una oportunidad de cambio para Maciek. Sin embargo, deberá elegir: ser fiel a la causa ultranacionlista o abandonar su misión y escaparse con Krystyna. La delgada línea que separa el deber del querer, acabará por confudir profundamente al joven soldado.
Escala de grises
La ambigüedad de un film como «Cenizas y diamantes» es más que evidente. Es habitual referirse al gris para hablar de esa doble moral de los personajes: ni del todo buenos ni del todo malos. El joven Maciek, el líder comunista Szczuka o los ultranacionalistas Andrzej y Drewnowski, son vivo ejemplo de personajes ambiguos, plagados de contradicciones y matizados magistralmente por Wajda.
El protagonista, Maciek, es presentado como un joven temerario, dispuesto a todo por la causa y algo apasionado. Pero la irrupción de Krystina le hará tambalearse. La pasión desmedida se convierte en persistente duda. De soldado raso a Hamlet contemporáneo, Maciek pasará de preguntarse cómo matar eficazmente a por qué matar o, incluso, por qué vivir.
El líder comunista Szczukase se presenta como un hombre sereno, paternalista y firme. En las primeras secuencias del film, tras el asesinato de dos obreros del Partido por parte de Maciek y Andrzej, Szczukase consigue apaciguar rápidamente a un grupo de obreros molestos con la situación. Los obreros le preguntan cuándo acabarán las muertes, a lo que responde: «la batalla por construir Polonia acaba de empezar«. Así, el secretario general es un personaje convencido y dispuesto a sacrificar vidas por la causa.
No obstante, se nos mostrará también un Szczukase muy humano: padre de un hijo que ha perdido, comprensible con sus semejantes, de aparencia benevolente. Incluso se mostrará especialmente amable en un secuencia compartida con Maciek. Así, Wajda no opta por demonizar a los comunistas pero tampoco deja de apuntar al mal que representa su (im)posición.
Los ultranacionalistas Andrzej y Drewnowski también serán personajes algo contradictorios. Andrezj, al igual que Maciek, se preguntará si realmente tiene sentido su causa. No obstante, horas después tendrá que convencer a Maciek para que siga adelanta con la misión, de forma implacable.
MACIEK: ¡Andrezj! ¿Crees en todo esto?
ANDREZJ: ¿Yo? Eso no importa.
Y qué decir de Drewnowski, que es un agente doble (en el que Maciek no acaba de confiar) y que, bajo su apariencia de secretario formal y comprometido, acaba mostrándose ebrio y patético frente a sus superiores.
Así, Andrzej Wajda refleja las contradicciones del ser humano desde un tono cínico y agudo, donde sus personajes nos hacen sentir tanto piedad como pena. El retrato no parece tanto de un bando de buenos contra malos, sino de humanos contra ideales.
Temor y temblor
En la última reseña que dedicamos a «1917» de Sam Mendes, vimos cómo los escasos primeros minutos del film pasaban de una situación serena y apacible a un ritmo frenético y desasogante. Es llamativo que «Cenizas y diamantes» empiece de forma muy similar: Maciek y Andrzej descansando en un prado junto a una iglesia, acompañados de una incoente niña. Minutos después, los veremos asesinando a sangre fría a dos obreros inocentes del Partido Comunista.
Este temblor que de repente irrumpe en el film no solo se dará en el terreno de la acción, sino también en el de la emoción/psicología. Como hemos visto, el personaje de Maciek encarnará la duda existencial y el replanteamiento de sus convicciones, sintiendo verdadero temor y temblor en su vida.
Al actor Zbigniew Cybulski (Maciek en la ficción) le llamaban «el James Dean polaco». La semejanza entre Maciek y James Dean es más que evidente: jóvenes rebeldes, arrebatados, lanzados. También llama la atención que ambos actores murieran a edad temprana: Dean con 24 años, Cybulski con 40.
El personaje de Maciek también comparte algo más con, por ejemplo, el Jim Stark (James Dean) de «Rebelde sin causa» (1955): una visible desesperanza. El frenetismo del joven, que en la secuencia inicial asesina a sangre fría a un obrero inocente parece ocultar algo más profundo. Mientras habla con Krystyna, confensará su desazón:
MACIEK: Hay cosas en las que nunca me he parado a pensar. Todo ha ido siempre ocurriendo de algún modo y yo me limitaba a sobrevivir. ¿Lo entiendes?
KRYSTYNA: Sí.
MACIEK: Sólo quiero llevar una vida normal.
Así, observamos que la vida que ha llevado hasta el momento, rodeada de muerte, violencia y entrega a la causa ultranacionalista, acaba por desbordarle. Si bien Krystyna supone un replanteamiento de sus ideales, al visulmbrar un futuro apacible junto a ella, también es un punto de apoyo y desahogo, una confidente y amiga. De esta forma, Maciek representa toda una generación perdida por la guerra, anhelante de un futuro próspero que no se pudo disfrutar.
Ismael Serrano lo define perfectamente en su artículo ‘Cenizas y diamantes’, la obra maestra de Andrzej Wajda (2016):
«pocas cosas hay peores para un ejército que un soldado que no está dispuesto a cumplir su misión a cualquier precio. Celmicki se da cuenta de que ha renunciado a su vida por un ideal cada vez más difuso, y que es imposible dirimir entre víctimas y verdugos, aliados y enemigos»
De esta forma, Maciek es víctima de la incertidumbre: sin desear ser un desertor a su causa, no se ve capaz de matar a Szczukase. Se encuentra oscilante en la delgada línea gris.
Noir, neorrealismo y novelle vague
Considerar a «Cenizas y diamantes» una película bélica sería erróneo: Wajda nos sitúa en ese punto intermedio entre la guerra y la posguerra, la incertidumbre pura por el mañana. No obstante, podremos ver los estragos causados por la guerra en los escenarios del film e incluso imágenes de la contienda proyectadas en secuencias iniciales.

Tan reciente es la guerra que el ambiente es oscuro y caótico. El joven Maciek recorriendo las calles encharcadas de Polonia, siempre con sus gafas de sol y su cigarrillo, nos remiten rápidamente al cine negro o noir del Hollywood de los años 40-50. Un blanco y negro plagado de sombras y contrastes, con dinámicas angulaciones, que envuelve la misión de Maciek en un trama casi detectivesca. Inevitablemente, títulos como «El tercer hombre» (1949) nos vienen a la cabeza.
La crudeza de la posguerra empieza, no obstante, a visulmbrarse. Aquí entran las influencias neorrealistas de autores como Roberto Rossellini («Roma, ciudad abierta», 1945), donde el compromiso moral con la realidad debastada transmite una verosimilitud increíble. Es reconocible cómo Wajda, que participó en la resistencia polaca y tuvo sus diferencias con los comunistas, plasma sus vivencias en la historia. Un retrato sombrío y crudo de Polonia: edificios derruidos, calles embrutecidas, diálogos frescos y naturales, imágenes casi documentalistas…
No obstante, el estilo de Wajda parece apostar también por la comedia. Secuencias como la borrachera entre Drewnowski y un periodista nacionalista en mitad de una cena del Partido, resultan hilarantes y cómicas. Por otro lado, la historia de amor entre Krystyna y Maciek da lugar a momentos donde el tiempo fílmico parece detenerse, sumergiéndose en su romance. Los dos jóvenes divagan sobre sí mismos en una habitación de un hotel, al margen de misiones y guerras. Todo ello será herencia directa para los autores franceses de la Novelle vague, como Jean-Luc Godard y su ópera prima: «Al final de la escapada» (1960) -ojo a la similitud entre su final y el del film de Wajda.
¿Cenizas o diamantes?
Más allá de estas tres corrientes, «Cenizas y diamantes» respira poesía por todos lados. Es aquí donde reconoceremos el realismo poético de autores como Marcel Carné («Los niños del Paraíso«, 1945) o el primer Ingmar Bergman («Juegos de verano«, 1951), latente sobre todo en las secuencias entre Krystyna y Maciek.
Cuando la pareja de enamorados se introducen en una iglesia derruida, la pantalla parece cargarse de simbología: un cristo crucificado y caído, ataúdes abiertos, los cadáveres de los dos obreros del inicio… Y finalmente, los versos del poeta Cyprian Kamil Norwid inscritos en un muro:
Al arder no sabes si serás libre,
Si sólo quedarán cenizas y confusión
O se hallará en las profundidades
Un diamante que brille entre la ceniza.
Ya sabemos por qué se titula así la película. La vida supone, de hecho, esa mezcla de pasión y tragedia, en el camino de la incertidumbre. La guerra, las causas, las posiciones sociales… toda parece derrumbarse ante el dolor de la existencia. Nacemos sin saber qué encontraremos en nuestra ruta: cenizas o diamantes. Drewnowski así lo afirma en una escena: «la vida es como un juego de cartas«, presa del azar.

Solo al final de la película descubrimos qué le depara el destino a Maciek, así como al resto de personajes. No obstante, «Cenizas y diamantes» parece optar por el presente inmortal de su protagonista, rodeado de las tristes cenizas del pasado y los ensoñados diamantes del futuro. Sea como sea, la película de Wajda supone una obra mayor en su filmografía, presentando riqueza de matices y una original mezcla de géneros.
Por todo ello podemos afirmar que «Cenizas y diamantes» es un film imprescindible: un auténtico diamante.
Enlaces de interés
‘Cenizas y diamantes’, la obra maestra de Andrzej Wajda (Ismael Marinero)