Última actualización: 06/12/2023 20:34 (hora España peninsular)

Como célebremente denunció la ensayista Teresa de Lauretis en los años 80 del siglo pasado, son los hombres quienes históricamente han definido el objeto y las modalidades del placer. Las mujeres, por lo general, relegadas al ámbito silencioso de lo doméstico, no han podido más que resignarse a la concepción masculina del goce, con apenas espacio para la reafirmación personal.

El cortometraje de Óscar Toribio, El Cacharrico, de remarcado acento andaluz, aborda jovialmente el tránsito de una mujer de la resignación al descubrimiento del placer. En los amenos doce minutos de duración del cortometraje, Toribio articula un viaje de florecimiento por parte de la protagonista quien, acompañada de amigas, vecinas y familiares, hallará en el aparato menos pensado un instrumento de liberación: un masturbador femenino.

La sinopsis es clara: Angustias (magníficamente interpretada por la actriz Rosario Pardo) es una mujer jubilada, de rutina consolidada, que basa sus días de soledad en recordar y añorar a su difunto esposo, Antonio, fallecido hace más de cuarenta años. El día a día de la mujer se resume metonímicamente en los primeros cinco planos detalle del cortometraje:

  1. Un reloj despertador de aguja, que despierta a Angustias a las 9:30 de la mañana.
  2. Los pies de la señora introduciéndose en dos pantuflas grises, sentada desde la cama.
  3. Cinco botes de medicamentos y un pastillero apilados sobre un mueble, de los que la mujer toma sus medicinas.
  4. Una maceta con una planta mustia que es rociada con agua.
  5. Y el marco con la imagen del difunto Antonio, también sobre un mueble, que Angustias se lleva al salón cariñosamente.

 

La vida inicialmente apagada de Angustias en El cacharrico (2021)
La vida inicialmente apagada de Angustias en El cacharrico (2021)

Los tonos fríos de la paleta de colores que predomina en estas imágenes, representando los primeros cuarenta segundos de metraje, evidencian el rutinario y tedioso hábito que define las mañanas de la protagonista. Para más inri, la mujer realiza tales actos matutinos (calzarse, tomar las pastillas, regar) al tiempo que tararea la copla andaluza ¡Ay pena, penita, pena!, escuchada en voz en off. La idea es clara:  Angustias —cuyo sintomático nombre ya adelanta su estado de tristeza y dolor— experimenta una existencia gris, de pesares, de inanidad. Cuando la veamos por primera vez en plano medio, vestirá con un batín azul, el rostro adormilado de recién levantada, y el pelo recogido y despeinado.

Sin embargo, no nos encontramos con un personaje alicaído en consonancia con la frialdad enunciada. Todo lo contrario: cuando la mujer se sienta en la cocina frente a la fotografía de su antiguo esposo, unas frases bastarán para señalar la gracia y viveza de Angustias. Pese a que exprese un vivo deseo de irse pronto junto a su marido, dada la soledad de sus días, la comicidad de sus asertos (por ejemplo, cuando afirma que hubiera deseado fallecer antes que él, para luego rectificar, pues en tal caso Antonio se hubiera ido con cualquier “fresca”) despierta la simpatía del público. No se trata, pues, de un personaje lúgubre, sino divertido y despierto, luminoso.

Ocurre entonces el punto de inflexión en la trama: la llegada del famoso Satisfyer, un masturbador femenino que, como se descubrirá al final de la pieza, le ha enviado por correo postal su nieta. El regalo, no obstante, es recibido sin noticia previa alguna, de manera que Angustias toma el objeto sin saber qué es ni para qué sirve.

Se desarrolla así el núcleo centrar del argumento: la exploración de Angustias, ayudada por sus dos amigas Rosario y Ana, del misterioso “cacharrico”, por hacer mención al título del corto. Sin duda, las más altas cotas de humor que alcanza la pieza se hallan en los diálogos de las tres señoras que, observando y manoseando con inquietud el objeto, intentan definirlo. Se plantea la opción de que sea un mando a distancia inteligente (a modo de Alexa), un audífono, incluso un depilador, hasta el punto de que una de las mujeres desliza con gusto el aparato por su cuello, fascinada con su capacidad de absorción. No se nos escapa el gesto irónico del corto cuando Angustias, hastiada de las tantas hipótesis, exclama: “¡yo no sé qué coño es eso!”. Y efectivamente…

Angustias y sus amigas investigando qué es el Satisfyer en El cacharrico (2023)

Ni si quiera la ayuda de una vecina de habla inglesa, que ante la diferencia lingüística se ve obligada a describir con gestos la utilidad del Satisfyer, consigue que las tres señoras entiendan el objeto. Sólo en la penúltima secuencia, cuando la protagonista se haya resignado a la insatisfactoria hipótesis de concebir el aparato como un depilador sin cuchilla, llegará la revelación.

La llamada de su nieta durante la noche, aclara el asunto: no es un depilador, sino un masturbador, “un succionador de clítoris”, en palabras literales de la joven, un Satisfyer. La sorpresa de Angustias, representada por corte directo del plano general al primer plano, se acompaña de risas y efusivas muestra de alegría. Y así pasamos a la secuencia de cierre del cortometraje, con cinco planos que responden especularmente a los cinco de apertura:

  1. Un reloj despertador digital, que la voz de Angustias apaga a la orden de “OK Google”, marcando las 9:30 de la mañana.
  2. Los pies de la señora introduciéndose en dos pantuflas azules adornadas con flores estampadas, sentada desde la cama.
  3. Un único bote de Vitamina C sobre un mueble, de los que la mujer toma una pastilla.
  4. La maceta con una crecida planta de claveles rosas, la cual riega.
  5. Y el marco con la imagen del difunto Antonio, de nuevo sobre el mueble, que Angustias se lleva al salón.

 

Todo ello es simétricamente equivalente respecto del inicio al nivel de ángulo y escala de los planos, salvo por los cambios señalados y dos elementos más de la puesta en escena. Por un lado, un colorido vestido rojo, sin mangas, que la mujer luce a juego con su pelo alisado y suelto. Es decir, un cambio de look radical, mucho más vivo y cuidado. Por el otro, los cinco planos han sido acompañados por el tarareo esta vez de la sevillana Mi novio es cartujano, que entre sus versos afirma: “Mi alma color de rosa”.

La vida finalmente colorida de Angustias en El cacharrico (2023)

El símbolo es evidente: Angustias ha cambiado su apagada vida de antaño (el reloj de aguja, las pantuflas grises, las numerosas pastillas, la planta mustia) por otra modernizada y luminosa, donde la tecnología (véase el despertador digital o Alexa) también tiene cabida. La misma paleta de colores es ahora más saturada y cálida. El discurso final de Angustias, de nuevo ante la imagen de su difunto esposo, ratifica su liberación: “no me quiero morir, ahora quiero vivir. Y voy a entrar, y voy a salir, y voy a ser feliz. Y voy a reír. Y me voy a dar todo lo que tú no me has sabido dar, y me lo voy a dar mucho, muchísimo”. Y ello para, acto seguido, coger el masturbador que tiene junto a la imagen de Antonio. Tras haber descubierto el placer orgásmico por vía del Satisfyer, Angustias ya es otra mujer.

Dando visibilidad a semejante florecimiento, El cacharrico compone una reivindicación didáctica del placer femenino. He ahí su principal mérito que desde Cortorama queremos visibilizar.

Os dejamos con el trailer de «El cacharrico»

Trailer de «El cacharrico»

Referencias bibliográficas

De Lauretis, Teresa (1992). Alicia ya no. Madrid: Cátedra.

Más info en su ficha.

 

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