Última actualización: 25/03/2024 16:14 (hora España peninsular)

En este artículo vamos a explicar un género cinematográfico que ha tenido especial éxito en las últimas décadas: el falso documental o mockumentary. El propio nombre “falso documental” puede chirriarnos en tanto que asociamos los documentales con la verdad y el relato histórico. ¿Cómo es posible una versión falsa del mismo? ¿Qué es el falso documental y por qué ha tenido tanto éxito? ¡Veamos!

 

Fuente: Pexels
La práctica del documental clásico responde a una voluntad didáctica: ofrecer conocimiento sobre el mundo histórico. Fuente: Pexels

 

La seriedad del documental clásico

Como hemos señalado en la introducción, el documental ha sido siempre un género vinculado al concepto de verdad. Cuando nos “documentamos”, nos informamos sobre un hecho en concreto de nuestra realidad, sea del pasado o del presente. Por ejemplo, me documento para escribir sobre la historia de España, o para cocinar un bizcocho.

El autor Bill Nichols en su obra La representación de la realidad, afirma que la práctica documental responde a una voluntad informativa vinculada al mundo histórico. Mientras que la ficción recurre a sus personajes como enlaces entre tiempos y espacios en base a un drama imaginario (por ejemplo, descubrir el significado de la palabra Rosebud en Ciudadano Kane (1941) de Orson Welles); el documental utiliza imágenes y sonidos para argumentar sobre un contenido real. Los espectadores siempre acuden a él con el fin de aprender algo, una “lección de historia”, una noticia.

Por todo ello, al documental siempre se le ha exigido sobriedad y seriedad. Ante todo, debe estar comprometido con el espectador, quien confía plenamente en la cámara como testigo fiel de los hechos mostrados, y en el discurso audiovisual como productor de un relato verídico de la historia.

 

Los enemigos del documental

El falso documental o mockumentary puede describirse como un formato cinematográfico que imita las convenciones del documental clásico para narrar hechos falsos o inventados. Es decir que utiliza características asociadas al documental clásico para burlarse de ellas, para parodiarlas. Gracias a la televisión e Internet, la “apariencia documental” (es decir, el aspecto formal de los productos documentales, su estética) ocupa un lugar muy definido en la mente de los espectadores. Esta apariencia se define por algunos rasgos, como el uso de cámara en mano, las declaraciones directas a cámara, la voz en off o voz over, y los textos informativos. Veamos cada rasgo en detalle.

  1. El uso de la cámara en mano. En los años 60 del siglo XX se lanzaron al mercado determinadas cámaras ligeras de filmación, que permitieron rodajes independientes sin grandes cargas de material ni infraestructuras costosas (como sí ocurría en Hollywood). Surgieron así diferentes movimientos cinematográficos que defendían un cine espontáneo y natural, sin los artificios del Hollywood clásico, como el Free Cinema. En este último, se planteaban películas documentales que captaron el mundo en su máxima realidad, de ahí que los planos tiendan a moverse desordenadamente y sin equilibrio, pues intentan seguir las acciones en directo, sin trucos de montaje o de puesta en escena.

 

Las producciones contemporáneas que imitan la estética documental reproducen movimientos bruscos e inestables de cámara, produciendo así un efecto de espontaneidad. Sin embargo, esta naturalidad es un engaño, una simulación falaz, especialmente en el caso de los falsos documentales. Como puede verse en esta escena de la película El proyecto de la Bruja de Blair (The Blair Witch Project, 1999), célebre película de terror realizada a base de «material encontrado» sobre unos documentalistas desaparecidos, la cámara se mueve desde un inicio inestablemente, para recrear con realismo el deambular frenético de la protagonista, quien supuestamente «carga» en sus manos la videocámara. El supuesto «material encontrado» no es sino una recreación estética e intencionada del que puede hallarse en cualquier archivo familiar de un hogar de los años 90.

 

 

  1. Las declaraciones directas a cámara. La mirada directa a cámara, como es sabido, representa una violación de la narración del cine clásico pues evidencia que la película se dirige a un público espectador. Parece, pues, que está “saliendo de la película” para acercarse al mundo real, al de la proyección en una sala de cine. Por ello mismo, el documental siempre ha recurrido a entrevistas o declaraciones para subrayar que el individuo que habla se dirige a nosotros con sinceridad, sin ficciones.

 

El falso documental, por supuesto, también recurre a tales entrevistas intencionadamente. En su caso, la apariencia es engañosa: las entrevistas son construcciones falaces, nada más que líneas ficcionales de diálogo. Pero resultan efectivas. En la serie de comedia The Office (2005-2013), adaptación de la original británica, el protagonista Michael Scott (Steve Carrell) se dirige constantemente a cámara para describir su relación laboral con el resto de empleados subordinados. El humor surge del contraste entre la imagen que el personaje aparenta ante la cámara, y la que realmente ejercita con sus actos en la oficina.

 

 

  1. La voz en off o voz over. Del mismo modo que las entrevistas, las voces de narradores (en off cuando son de personajes cuya voz continúa sonando, aunque no se vean en pantalla; over cuando es de un narrador que no forma parte de la historia como tal) son la manifestación más clara de un “relato de hechos” el cual, por sí mismo, no tiene por qué se verdadero o falso. En muchas películas de fantasía se oye una voz over -por ejemplo, al inicio de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006)-. Pero en los telediarios este es un recurso que acompaña a las imágenes de un suceso real (por ejemplo, la descripción de un accidente).

 

Como explica Bill Nichols, la voz del narrador es ejercida en los documentales como una argumentación con base histórica, al modo del telediario. Se trata de “describir” antes que de “fabular”. El falso documental aprovecha también, aunque en menor medida (dada su vinculación con otros formatos de ficción), este rasgo documental. En 23F: Operación Palace (2014), el periodista y director Jordi Évole parodió los relatos oficiales en torno a la Transición española narrando una versión ficticia del intento de golpe de estado del 23F, si bien emulando la seriedad propia de los documentales históricos.

 

 

  1. Textos informativos. Finalmente, al igual que la voz over del narrador o las declaraciones a cámara, sabemos que los letreros que figuran en pantalla (del mismo modo que ocurre en los telediarios televisivos) son insertados por los realizadores para dar una información. Es decir, no forman parte de una historia ficticia, sino que funcionan como textos que contextualizan espacio-temporalmente una historia real.

 

El falso documental recurre a tales inscripciones gráficas para dar una apariencia de sobriedad y precisión histórica. Pero se trata de afirmaciones falsas, en ocasiones incluso irónicas. Este es el caso, por ejemplo, de la escena inicial de Lo que hacemos en las sombras (What We Do in the Shadows, Taika Waititi y Jemaine Clement, 2014), donde varios textos nos informan sobre el acercamiento documental a una sociedad secreta de vampiros de Nueva Zelanda. Por supuesto, se trata de una comedia que ridiculiza, entre otras cosas, la cultura de reality shows que acompaña obsesivamente a ciertos entrevistados en su vida íntima.

 

 

¿Por qué aparece el falso documental?

Hemos visto que el falso documental pervierte el objetivo principal de los documentalistas: mostrar hechos verídicos. Para ello, parodia las convenciones del documental clásico. Pero, ¿por qué se ha producido este cambio?

Desde finales del siglo XX, se ha extendido una opinión filosófica demoledora: no existe la verdad, no hay objetividad. Por lo general, el mundo se ha vuelto muy escéptico: parecemos dudar de cualquier cosa que vemos en televisión (reality shows, telediarios, ruedas de prensa, etc.) o leemos en el móvil (algo especialmente actual si pensamos en las desconcertantes simulaciones creadas por Inteligencia Artificial). Todo ello, por supuesto, también afecta al documental como discurso y género cinematográfico.

Los falsos documentalistas tienen que claro que todo discurso, toda obra cinematográfica, responde a un punto de vista, una visión de los hechos parcial. La cámara, aunque parezca filmar objetivamente las acciones, selecciona qué actos mostrar y, por lo tanto, condiciona nuestra forma de ver las cosas. Asimismo, el montaje manipula intencionalmente el material filmado para crear un “discurso” concreto, artificial.

 

El surgimiento del falso documental manifiesta la desconfianza contemporánea hacia los discursos que se muestran como verdaderos. Fuente: Pexels.

En este sentido, el uso paródico de las convenciones asociadas al documental (normalmente con un objetivo cómico: crear risa por el cruce entre ficción y seriedad documental) evidencian que se puede mentir perfectamente con un cámara y un tono sobrio. No hay garantías de verdad: solo imágenes parciales del mundo. Por ello, los falsos documentalistas se ríen de la seriedad del documentalista clásico al creerse objetivo.

De este modo, es muy plausible pensar que la irrupción del formato desde finales del siglo pasado corresponde a una descreencia por la verdad de la imagen y, en general, por la verdad de cualquier discurso.

 

¿Y tú? ¿Qué piensas? ¿Te gusta el formato del falso documental o prefieres apostar por el documental clásico? ¿Crees que está justificada su reciente aparición? ¡Os leemos!

 

Referencias

Català, Josep Maria y Cerdán, Josetxo (2008). “Después de lo real. Pensar las formas del documental, hoy”, Archivos de la Filmoteca, 57-58, octubre 2007-febrero 2008, pp. 6-25.

Elena Oroz y Gonzalo de Pedro Amatria (eds.), La risa oblicua tangentes, paralelismos e intersecciones entre documental y humor. Madrid: Ocho y medio.

Hight, C. (2007). El falso documental multiplataforma: un llamamiento lúdico. Archivos de la filmoteca: revista de estudios históricos sobre la imagen, 57-58, 2, 176-195.

Nichols, Bill (1997). La representación de la realidad. Barcelona: Paidós.

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